Falso valor

Falso valor

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        »Recurso ordinario de los desgraciados que son valerosos», así se refería Stendhal al suicidio, verdadera cumbre del original y genuino Romanticismo.

¿Estaba en lo cierto o se equivocaba? Muchas veces se ha tachado a los suicidas, de personas envueltas en un halo de cobardía, individuos carentes del valor necesario para enfrentarse al discurrir de la vida y por lo tanto a los problemas y vicisitudes de la misma.

Las sociedades de todas las épocas les han tildado de estúpidos, de inconscientes, por no saber ver o valorar lo maravilloso de estar vivo, lo tremendamente gratificante que resulta disfrutar de esas pequeñas cosas, que nuestra efímera existencia nos aporta. Desde que Periadro en la antigua Grecia, tomase la decisión de encargar su propio asesinato allá por el siglo VI a.C., incontables personas nos han abandonado tras tomar esta a priori incomprensible decisión. Les hemos insultado, criticado e incluso condenado en otras épocas al fuego del infortunio, por haber tomado la decisión de acabar con su vida, sin esperar a la llamada de Dios, haciéndonos garantes de esa supremacía vital , arrogante y altanera que nos permite juzgarles, con total impunidad. ¡Pobres ciegos ellos, que no han sabido ver un mundo de color, de ilusión, de futuro! Podríamos decir.

¡Qué ignorantes somos! Quizás ellos, los suicidas, sean los videntes en un mundo de ciegos narcotizados, individuos superiores capaces de ver con asombrosa nitidez y claridad, el lugar que ocupamos en el cosmos, la verdadera realidad de una existencia fugaz, condenada a la desaparición, a la extinción más absoluta, fruto de la inconmensurable necedad de nuestra propia existencia como especie.

Aquel que decide quitarse la vida, al menos esta vida física, no le considero un traidor, un inmisericorde cobarde, un egoísta incapaz de valorar el dolor que va a generar a los que le aman, sino un tremendo realista, un cuerdo entre tanta locura, incluso un valiente, que es capaz de dar un paso al frente y decir “Adiós”. Son en definitiva, personas con una tremenda percepción del entorno, los únicos que no necesitan gafas de aumento, en un mundo de miopes, y por lo tanto aceptemos su decisión con doloroso respeto. Nadie les pidió permiso para venir y en consecuencia no están obligados a ningún leonino e inmisericorde contrato. Deberían… y de hecho son, libres para marcharse de nuevo. No pretendo defender el suicidio, ni siquiera tomarlo en cuenta como una opción ante cualquier contratiempo en la vida de una persona, por dilatado y extenso que este sea en el tiempo. El quitarse la vida no es una opción, por la sencilla razón de que todo es susceptible de cambiar. En eso se basa precisamente nuestra existencia, en cambiar las cosas, o simplemente creer que podemos hacerlo. Sólo reivindico el respeto y la comprensión hacia aquellos que toman esta decisión, como única alternativa a su desazón y amargura. ¡Allá donde estéis, descansad en paz! No os guardamos rencor, pero os echamos de menos.

Esta entrada tiene 3 comentarios

  1. Gavin Groves

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    Ambas cosas son reales, la cobardía de seguir el sufrimiento de la vida que tienen, y la valentía de quitársela, no debe ser nada fácil, porque no es un instante, son muchísimos, pensando en cómo y cuándo hacerlo, hasta que llega el fatídico momento.
    También pienso que es un acto egoísta, porque los que les quieren, quedan llenos de tristeza inmensa y remordimiento, de no haberlo sabido ayudar, para que no diera ese terrible gran paso.

  3. Olivia

    Narrado desde ese punto de vista, es cierto que no es tan disparatado el hecho de suicidarte, pero es tremendamente doloroso para los seres queridos que se quedan al otro lado. Está claro que sus razones tendrán y que tienes que ser valiente para dar ese paso …

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